
Qué más da si son galgos o podencos, si se han dopado o no. Yo comprendo, hasta cierto punto, a quienes ingieren, se inyectan o esnifan cualquier sustancia que les ayude a estar en un podio en el que caben, como mucho, tres personas: es el ser o no ser del deporte.Una actividad que expulsa hacia la mariginalidad, es decir, hacia la no existencia a quien no triunfa, a quien no pisa esos tres ridículos peldaños. Y esos productos dopantes están ahí: una industria farmacológica los produce y aviesos profesionales se las agencian para hacerlos llegar a quienes los necesitan; necesitan esos rendimientos extraordinarios. Unos rendimientos cada vez más difíciles de alcanzar para esta feble máquina humana llamada cuerpo.